Llegué acompañado por mi padre y mi hermana. Al entrar en la finca seguimos el camino que va a dar a la casa, situada en lo alto del Teso de las Higueras, y aunque no era una hora muy prudente – eran las cuatro de la tarde- llamamos a la puerta. Como era de esperar salió Nitika, el vaquero rumano, a decirnos que todos estaban en la siesta. Entró de nuevo para avisar que estabamos allí y enseguida nos dijo que pasásemos. Todavía me emociono cuando recuerdo el abrazo con el que me recibió Alfonso. Estuvimos charlando un rato en el sofá del salón al calor de las llamas que lentamente consumían la leña de encina cortada el invierno anterior. Al momento apareció Borja y se formó un alboroto. El muchacho se puso a gritar y saltar igual que un becerro cuando se despierta después de dormir con la panza llena.
Decidimos subir al coche para ver el ganado y el niño se empeñó en venir con nosotros. Llegamos al cercado grande de la carretera de Aldea del Obispo donde se encontraban las vacas. Gordas como tejos y “guapas” de cara y tipo, la mayoría estaban paridas o abocadas a parir. Pocas había machorras y unas cuantas, las más golosas, habían hecho un portillo y estaban comiendo a boca llena en el prado de la Bercera, que estaba guardado para hacer pacas de heno cuando llegara el mes de mayo. Bajamos del coche y su dueño comenzó a llamarlas por su nombre. La Agarena, la Majita, la Deliciosa, la Bohemia y otras cuantas fueron saliendo por el mismo sitio por donde habían entrado. Levantamos el portillo - ¡cómo pesaban esas piedras!- y bajamos a ver la plaza de tientas. ¡Qué bonita! Toda de piedra, los corrales bien dispuestos, los burladeros justos y el palco sencillo, sin lujos. Una placita que fue inaugurada el 17 de Septiembre de 1976 con seis vacas que le regaló el bueno de Ramón Sánchez y que mi tío Ignacio quería volver a llevarse cuando acabó el tentadero. Sobre todo la coloradita que salió tan buena, pero Ramón le dijo que Navalón también tenía derecho a ser un ganadero de postín.
Seguimos con la ruta y al dirigirnos hacia la Ribera de Valdevillares donde estaban los toros de saca pasamos por el cercado en el que descansaba el “Génoves”. Ese toro que había venido desde Córdoba para refrescar la sangre Arranz la vacada y que resultó ser un gran raceador porque además de “machear”, puso la ganadería “a punto”. Un precioso semental que se había quedado tuerto tras la pelea con el toro Regato y que al verano siguiente se quedó ciego totalmente porque se clavó en el ojo sano un “zaragüelles”. Estaba esperando que lo llevaran al

Cuando llegamos a ver los cuatreños, el vaquero rumano les había acabado de echar y se encontraban tranquilos en los morriles hundiendo el belfo en la harina. Observé con detenimiento que las hechuras de todos eran las típicas del encaste: chatitos, finos y con pitones proporcionados, sin exageraciones pero tampoco gachos ni cornicortos. Me gusto mucho uno, Penitente se llamaba. Curiosamente se lidió en Santa Marta dónde demostró lo que es un toro bravo, salió rematando en todos los burladeros, empujó con codicia en dos puyazos fuertes y derrochó nobleza y codicia en la muleta.
Me estaba sacando unas fotos con ellos detrás y Alfonso me dijo a lo lejos que no me fiara, que extrañaban mucho, así que fuimos tras él a ver que andaba haciendo Nitika en el cercado de Las Matas. Allí estaba el vaquero arreglando el alambrado que los toros habían destrozado. Con mucha maña dejaba los hilos de alambre tremendamente tensos para que los animales no volvieran a intentar tirarse otra vez. Seguimos la orilla del río y fuimos a ver el prado del Puente de Alameda donde habían hecho una bonita y gran charca que servía de piscina en verano, por sus aguas cristalinas y por sus dimensiones.
Los novillos estaban en “Valdecorralizas” pero la mayoría estaban escondidos entres las escobas así que sólo pudimos ver parte de la camada. Me impresionó un novillo precioso, fiel espejo de sus antepasados, con su silueta reflejada en el agua mientras apaciguaba su sed.
Volvimos al inicio del viaje porque estaba oscureciendo y allí vimos una obra sin terminar que comenzó con mucha ilusión, la casa nueva desde donde se ven los cercados de los toros desde lo alto del Teso y donde crecen las dos encinas traídas desde “Arevalillo” para que diesen sombra en los días calurosos de agosto. Después de charlar otro rato, llegó la hora de decirnos adiós y cuando cerré la portera que lleva el hierro de la ganadería prometí volver. Y regresé. Y pisaré de nuevo esa tierra que tanto quiso Alfonso Navalón, aunque él ya no esté para darme un abrazo de bienvenida.
P.D.- Parece mentira que ya hayan pasado tres años de la muerte del Maestro. Alfonso, ¡se te sigue echando de menos!