miércoles, 11 de febrero de 2009

RECORDANDO

Artículo publicado el miércoles 5 de marzo de 1986 en El Adelanto de Salamanca.



Ignacio no escuchará el canto del cuco.


Ha muerto el mayoral de Arranz.


"Aguarenta las vacas en septiembre, que cuando llegue el invierno ya no sirve echarle de comer a los huesos".... "No tengas más ganado que el que mantenga la finca o te aguante la cartera".... De estos consejos podría contaros un ciento, porque Ignacio, aparte de entender lo bravo como el mejor, tenía un apego especial por los animales y sufría en los años malos al no poder tenerlos como le gustaba. Me ha llamado Manolito Arranz cuando ayer por la mañana abría el balcón y se me esponjaba el corazón campero al sentir cantar los mirlos en los árboles del jardín.
Pensaba que este invierno tan largo y tan malo ya estaba vencido y que los camiones de forraje que hubo de traer de Bocacara al quedarse vacío el pajar ya van a hacer poca falta si no se ponen tontos los cierzos de marzo. Y me acordaba de la última conversación con el mayoral de la casa, cuando me di cuenta que ya debería de estar muy malito porque siendo él tan necio y tan poco dado a cumplidos dijo con voz apagada: "Se te agradece mucho que llames, a ver si Dios quiere que me vaya entonando poco a poco".

Pero él ya sabía hace tiempo que le venía la muerte atravesada. Cómo cuando en aquellas tardes en los cercados de Llen, o de Andrésbueno, o de Campocerrado veíamos la vaca cansona que se quedaba rezagada y sentenciaba: "Buena gana de gastarnos más dinero en potingues porque ésa tiene ya el mal apoderao y hay que darla por perdida".

Ignacio se nos ha muerto esta madrugada del martes sin tiempo ya para remudarse y dar una vuelta por la feria de Ciudad Rodrigo donde tantas horas pasamos hablando de los caminos de la trashumancia. Y podría escribir un libro de lo que nos contaba al terminar las patatas meneas de los herraderos, o echando un cocido en los bares de Vecinos, o comiendo una fuente de carne asada en Morasverdes o Robleda según íbamos a las tientas de Córdoba o a la feria de Sevilla donde Ignacio tenía siempre una contrabarrera al lado del amo Ramón y un puro de aquí te espero. Y las bromas.


Tan serio, tan charrote, tan cabal; no aguantaba las chirigotas y disfrutábamos gastándoselas hasta los límites peligrosos de sus enfados que eran como un trueno: "Ignacio, cara perro, ¿cómo quieres que te saque en el periódico con lo mal encarao que eres?"."Ignacio que vas a dar cabo de la botella de coñac y luego no dices más que tonterías". "Ignacio, ¿por qué dejas esa vaca si berrea más que una cuadrilla de quintos?". "Ignacio que te estás poniendo barrigón como los boticarios y vamos a tener que encargarte una chaquetila nueva...". Ignacio aguantaba para no hacernos el juego porque a él no le habían gastado bromas ni los señoritos ni los toreros, ni siquiera los empresarios.

Era el único mayoral al que no le repasaban las cuentas cuando iba con las corridas. Es más, el trasto de José Antonio Chopera, que a veces tiene alma de hiena, se conmovía cuando llegaba nuestro mayoral y una vez, hace dos años, al entrar Adrián con la cuenta de Ignacio ni siquiera le miró: "Ponle mil duros más a mi cargo que como ese hombre ya quedan pocos". Pero Dios te libre se encrespaba y decía aquello de "me cagüen los huevos del obispo"... O cuando tenía confianza y veía algún invitado estropeando una vaca buena, perdía su sentido de la prudencia y vociferaba: "Deja ya la vaca cantamañanas, que la coja otro a ver si podemos verla de una vez". A Ignacio había que verlo hace 20 años, cuando todavía estaba entero; con su pelazo negro y fosco, como las crines de un potro, derecho y bravío, con la cara renegra y cuéscara de todos los soles y heladas. Con sus manos duras y sus uñas como zarpas de jabalí, negruzcas de las sobras del pienso, del tamo de la paja, del sagrujo de abrirle un ovanillo a un eral.
Había que verlo abarcando con sus largas piernas en la barriga del caballo y sacar chispas en los gorrones atajando a una vaca golosa. Sin embargo, últimamente, ya no le dejaban montar en el jaco de picar, porque se había vuelto blando y no quería hacer sangre en los puyazos: "Probitas -decía- probitas vacas, con lo malo que anda el tiempo y encima tener que pegarle de esta manera". Hablaba con respeto profundo del viejo Arranz. Cuando, me dijo don Manuel, que en gloria esté, que no llevábamos a Valencia al hijo de La Repollita me entró una desazón y no pude aguantarme: "Mire usted don Manuel, usted será el amo de todo lo que quiera pero si me hace caso eche usted ese toro y deje el otro para otra plaza más llevadera". Y como me tenía tanto aprecio lo echó. Antes de terminar la corrida mandé a un muchacho a poner un telegrama: Amo, al Repollito, vuelta al ruedo...

Cuando vendió la ganadería no tuvo que pasar el mal trago de cambiar de casa, ni de olvidarse de las reatas que llevaba metidas en la cabeza como un catecismo. Ramón Sánchez tenía sus vaqueros en Córdoba; a Juanito, el mayoral de Martín del Río y al zeñó Manué, que había servido con la viuda de Concha y Sierra.
Pero Ramón entendía de hombres y no quiso que las vacas dejaran al mayoral de toda la vida y que Ignacio se fuera de emigrante a la Sierra de Córdoba. Y arrendó los cercados de Llen para que siguieran juntos. Y entró en la casa nueva con un sitio y un respeto como jamás tuvo ningún hombre de campo. Ramón siempre decía: "Lo que diga Ignacio, pedirle siempre parecer antes de hacer nada". Los tentaderos de machos apuntaban todos pero la última palabra era la del mayoral.

Ayer mañana, de un martes de mercado, se nos ha muerto, cuando hace los años de la riada de Andrésbueno. Decían que se iba a reventar el pantano de La Maya y la crecida por Amatos era ya disforme. Las vacas estaban ya atemorizadas en una islita que había quedado en medio de la crecida. Y el río subiendo a todo meter. Y estaban todos desde la orilla acongojados sabiendo que iba a perderse la ganadería. Manolito que era sólo un quinceañero lloraba al ver aquella ruina y no poder hacer nada. Trescientas vacas con todos los sementales a punto de ser arrastrados por la corriente. Manolito, que es zanquilargo, tenía entonces un caballo careto, descomunal de grande. Y cuando quisieron percatarse, Ignacio subió al caballo y se echó al río. No sabía nadar. Atravesó más de medio kilómetro de turbiones hasta llegar a la isla, llamándolas por su nombre las obligó a salir. Tres kilómetros más abajo, por un remanso, se salvaron todas.Ignacio y el caballo careto volvieron otra vez a la yerbera de Andrésbueno." ¿Tú sabes lo que acabas de hacer?". "Pues mira, si me muero tal día hizo un año. Me encomendé a la Virgen del Cueto y que sea lo que Dios quiera. Después de todo, si se mueren las vacas, ¿qué pinto yo en este mundo?". Así eran aquellos hombres, apegados a sus amos y a sus reses. Cuando pasaron los años y se le recordaba o le hablabas de las fatigas que pasó atravesando el puerto de Perales con toda la ganadería le quitaba importancia y luego filosofeaba: "Creo que me lo habrán agradecido, pero lo que yo he pasado por esos mundos no es para contarlo".



Ahora se nos ha muerto de madrugada, como los sementales viejos, estando en el tronco de una encina. Ahora que los toros de Ramón vuelven otra vez a la feria de Sevilla donde ya estaba guardado un sitio de honor junto a la puerta del Príncipe de la Maestranza para que Ignacio se fumara una Faria después de hartarse de marisco en la pescadería Málaga, donde tantas tertulias echabamos hablando del Agareno y del Palmello. Ahora que llega la primavera, Dios no ha querido que escuches cantar el cuco; que es el canto a la vida y que anuncian los primeros respingos de los becerros.

Pero esta madrugada cuando entrabas en la eternidad, un santo quisquilloso le fue con el cuento a San Pedro de por qué dejaba entrar a un tío tan mal encarado:"Entra aquí porque es Ignacio Sánchez, el que salvó la ganadería cuando la riada del Tormes".
Y esta madrugada, Ignacio del alma, te han hecho guardia de honor los encinares del cielo, te han salido a recibir los garrochistas de la marisma, los cabestros de la porrilla de Colmenar y los vaqueros que encaraban a pie los toros de Carriquiri. Y todos se han descubierto al verte llegar, porque tú eras el último rey de los mayorales.




Alfonso Navalón.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

!!!OLE!!!!

David Valderrama Gutiérrez dijo...

No conocía este Texto, pero he de reconocer que me parece Grande! Igual que sus dos protagonistas, Navalón y el Gran Mayoral Ignacio!

Anónimo dijo...

Precioso relato Vicente.

Álvaro.

Anónimo dijo...

Extraordinario y emotivo artículo del maestro dedicado al "mayoral de mayorales".
un abrazo
Pgmacias

Anónimo dijo...

La freiduría Málaga que se menciona en el artículo aún existe, no como tal freiduría, sino como bar, y en distinto emplazamiento, pero conserva una buena colección de fotos y hasta una reliquia: un trozo del vestío que Joselito llevaba el día de Talavera. Es cuestión de pasar por allí y tomarse un copazo, ¿no?.
Saludos.

Oselito.