A principios del siglo pasado un grupo de personas influyentes de la sociedad donostiarra quiso dotar a la ciudad de una plaza de toros de categoría, pues la de Atocha se había quedado anticuada y demasiado pequeña. Los primeros pasos de aquel proyecto se dieron creando una sociedad llamada Nueva Plaza de Toros de San Sebastián, cuyas cabezas visibles eran Joaquín Carrión, Gregorio Reparaz, Blas de Otero, José Mendiluce, Pedro Umérez, Victoriano Iraola y Manuel Pérez Icazategui. Fueron estos tres últimos los encargados de estudiar el lugar más apropiado para levantar el nuevo coso y tras examinar diversos terrenos se eligieron unos que estaban próximos al antiguo frontón Jai Alai, a los cuales se añadieron otros colindantes cedidos por los propietarios. El nacimiento de la plaza de toros de El Chofre, inaugurada el 9 de agosto de 1903, fue convirtiendo a la capital guipuzcoana en un referente para toreros y ganaderos que acudían a esa plaza para demostrar que eran los mejores, para ratificar los éxitos conseguidos en otras ferias. Nada parecido a la actualidad, San Sebastián se transformó en un coso exigente donde los matadores debían dar el do de pecho, existía una gran afición y los criadores enviaban sus mejores toros. En 1927, siendo presidente de la Empresa propietaria de la palaza el señor Sabino de Ucelayeta, se arrendó a Eduardo Pagés, que fue la persona con la que El Chofre alcanzó las más altas cotas de calidad. A esto último contribuyó, y mucho, la instauración de un premio para el mejor astado lidiado en las corridas concurso que se celebraron en La Semana Grande, principalmente en los años antes de la Guerra Civil. Nació el Toro de Oro, modelado por el genial escultor Mariano Benlliure, y se convirtió en pieza cotizadísima por los ganaderos que anunciaban en San Sebastián, pero antes de esto ya se premiaba con dinero en metálico al criador de la res más brava de la feria.
Muchos son los toros de bandera que se lidiaron en ese albero, y todos pertenecientes a vacadas de renombre y de los de más alto precio – como se anunciaba en los carteles-, pero quizás fuese el primero de ellos Escarapelo, de Murube, ganador del premio de 5000 pesetas el 16 de septiembre de 1909 por su demostración de bravura. Tomó seis varas, provocó 4 derribos y mató 3 caballos. Otro astado que hizo que su dueño se llevara ese dinero fue Gitano, del Marqués de Villagodio, lidiado el 6 de agosto de 1911. También quedaron para el recuerdo los toros Barbián y Pitillera, de Leopoldo Lamamié de Clairac y del Conde de Santa Coloma respectivamente, lidiados en 1926 y 1927. Pero el primer Toro de Oro fue Almejita, cárdeno, lidiado el 26 de agosto de 1928 y marcado con el hierro del Duque de Tovar. En la corrida concurso celebrada la temporada siguiente, concretamente el 25 de agosto, ganó el preciado Toro de Benlliure el astado Nevadito, de Don Graciliano Pérez-Tabernero Sanchón, obteniendo 8.825 votos del público asistente de un total de 12.925. Dos años más tarde Filibustero, del mismo ganadero y que usó como semental Don Manuel Arranz, por poco lo vuelve a conseguir.
La única vacada que consiguió varios galardones fue la de Doña Carmen de Federico: en 1930 el protagonista fue Ochavito, un par de años después Gusanillo y en 1934 otro Ochavito fue el ganador. La ganadería que se lidiaba a nombre de la madre de Carlos y Antonio Urquijo de Federico fue durante todo el tiempo que estuvo en manos de la familia una de las más regulares del siglo pasado, un manantial del que salieron gran cantidad de toros auténticamente bravos.
En 1931 Madroñito, un torito cárdeno de Don Francisco Sánchez, más conocido como Paco Coquilla, fue el vencedor en la concurso celebrada en el Chofre.
Pasaban los años, y a pesar de la maldita guerra, Donosti continuaba creciendo en afición y los toros eran, cada vez más, un espectáculo esperado en la ciudad. El premio al mejor toro de la Semana Grande se extinguió, pero El Chofre siguió siendo un espejo para cualquier plaza. Los grandes ganaderos seguían cuidando mucho lo que mandaban a San Sebastián y los toreros echaban el resto en esta ciudad. La última corrida del Toro de Oro es la que se celebró el 21 de agosto de 1944 y el galardón se le otorgó casi por unanimidad del público a Granizo, de los hijos de Juan Pedro Domecq y Núñez de Villavicencio. Aquella tarde Manolo Escudero recibió la cornada más grave que se sufrió en ese albero.
Por entonces, San Sebastián se iba convirtiendo en el destino de muchos veraneantes, principalmente gente pudiente y aristócratas que, en muchos casos, también eran ganaderos. Una de las familias que siempre se escapaba a la playa de la Concha era la de Don Graciliano, no hace falta decir su apellido porque cualquier aficionado sabe que nos referimos a uno de los grandes ganaderos de toros bravos de todos los tiempos -para muchos, entre los que me incluyo, el mejor-. Se podía ver, con frecuencia, en las fiestas de sociedad a Graciliano, Fernando, Casimiro y Guillermo Pérez-Tabernero Nogales, los cuatro hijos del ganadero charro. En una de esas reuniones en el Club Náutico Donostiarra el primogénito, Graciliano hijo, conoció a la mujer que más tarde sería su esposa: Mari Coro Lecquerica Gros, que salió de su San Sebastián del alma para convertirse en la señora de “Matilla”, legendaria finca salmantina donde hasta los mastines eran los mejores del campo charro. En esa época comenzaron a frecuentar la ciudad donostiarra los Lamamié de Clairac, los Sánchez-Tabernero de Llen, los Urquijo, el Conde de la Corte, los Mora-Figueroa –hijos de la Marquesa Viuda de Tamarón-, los Domecq, los Pérez-Tabernero, los Pablo-Romero, los Núñez, los Cobaleda… y con ellos también fueron llegando las figuras de cada época, los mejores críticos y aficionados de todas partes. Así, poco a poco, la Semana Grande se convirtió en una de las principales ferias de España.
Entre 1946 y 1952 es Pablo Martínez Elizondo “Chopera” quién regenta los designios de la plaza hasta que esta pasa, de oscuras formas, a ser propiedad de la Empresa de la Plaza de Madrid, cuyo presidente era José María Jardón.
Y es poco después de esa época, concretamente en los sesenta, cuando se comenzó a otorgar la Oreja de Oro que premiaba a la mejor faena de la feria. Se cambia de protagonista, el toro empieza a ser personaje secundario, y aún así continúan saltando al ruedo toros excepcionales y premiados con la vuelta al ruedo como Collarito, de Pablo Romero; Golondrino, de Samuel Flores; Alcalde, de Juan Pedro Domecq y Díez; Tremendo, de los hijos de F. de Pablo Romero; o Antillano, del Marqués de Villamaría. También los grandes diestros de aquella época deleitaron muchas tardes a la afición donostiarra hasta que la dejadez de algunos, el cansancio de otros y el interés de unos pocos hicieron que la vieja plaza desapareciera. El 2 de septiembre de 1973 se celebró en su redondel la última corrida y al año siguiente se procedió a su derribo. Con su demolición San Sebastián dilapidó un pedazo de su historia y los aficionados perdieron la que había sido la referencia veraniega del mundo del toro, la plaza en la que se habían escrito muchas páginas de Oro de la historia del toreo.